DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
(Jr 1, 4-5.17-19; 1Co 12, 31—13, 13; Lc 4, 21-30)
En el funeral de JOSÉ MANUEL
HOMILÍA
Hermanos: en este acto litúrgico compartimos el dolor de familiares y allegados de nuestro hermano en la fe José Manuel, tanto más cuanto las circunstancias que envuelven su muerte son traumáticas. Pedimos a Dios en nuestra oración que acoja a su siervo José Manuel; pero, al mismo tiempo, le pedimos que refuerce nuestra fe en él y nuestra esperanza en la vida eterna.
Démonos cuenta de que estas palabras pueden constituir para muchos eso, meras palabras, unas palabras tópicas, que se dicen siempre en circunstancias como las que hoy nos reúne aquí. Pero no es así.
Las lecturas que la Liturgia de hoy nos brinda para reflexión, conversión y diálogo con nuestro Padre/Madre Dios nos lo han puesto muy claro.
¿Qué esperamos de Dios? ¿Cómo conseguimos de Dios lo que esperamos de él? ¿Es eso lo que Dios nos manifiesta que espera de nosotros?
Hemos oído de la primera lectura que el hombre que habla en nombre de Dios, que lo hace sin mérito propio, por pura iniciativa de Dios que lo escoge desde el seno materno, no sólo va a encontrar serias dificultades a la hora de ejercer su labor, labor encomendada por Dios, sino que incluso será perseguido, pudiendo llegar incluso a sufrir muerte.
¿Qué pasa? Que queremos que Dios nos escuche y nos saque de los apuros que se nos presentan, y nos alcance lo que ansiamos y no podemos..., pero sin prestar nosotros oídos a sus palabras, a sus mandatos..., como queriendo hacer nosotros nuestra vida y que Dios nos ayude en ella.
La primera lectura nos ha expuesto gráficamente esta situación, cuando al hombre de Dios se le pide: cíñete la cintura, levántate y diles lo que yo te diga; no les tengas miedo... Ellos lucharán contra ti, pero no te podrán...
En el evangelio hemos visto que Jesús recibe una calurosa acogida, expectante, entre sus paisanos, pero que, enseguida, cambian de actitud. Tratan de descalificarle (¿No es éste el hijo de José, el carpintero...? como diciendo: ¿quién es éste, un simple carpintero, para hablarnos en nombre de Dios y proclamar mesiánicos estos tiempos... ¿Por quién se tiene?), y llegan a tratar de despeñarlo expulsándolo de su círculo religioso.
Hay cosas que no nos gustan. Y seguramente será porque no acabamos de entender lo que es la conversión. San Pablo, en la segunda lectura que hemos proclamado, ha diferenciado entre la infancia y la adultez: cuando era niño, hablaba como niño... Ahora que ya soy mayor... Bien podemos comprender desde ahí nuestra actitud infantil para con Dios. El niño pide y pide insaciablemente, y no admite que se le lleve la contraria o se le pida nada a él..., y, a la menor dificultad quiere que se le atienda. El adulto contempla de otro modo la realidad: cómo servirla, transformarla, adecuarla para sí y para los demás...
Es lo que necesitamos nosotros en nuestras relaciones con Dios: pasar de la infancia de la petición insaciable a la adultez de la propia donación.
San Pablo ha llamado a esto amor, caridad, que es el amor de la propia entrega oblativa. El amor no es uno más entre los carismas; es el regazo en que han de desarrollarse todos los carismas, pues, de lo contrario, serían meras palabras o fingimiento.
La escucha, pues, de Dios, nos abre a las necesidades de los demás, a su dolor, a su sufrimiento, y nos convierte en solidarios de ellos. Hoy nos solidarizamos con el dolor de los familiares y allegados de José Manuel. Pero no olvidemos que toda la Iglesia tiene en cuenta hoy a los niños/as de las tierras de misión, con quienes nos llama a compartir nuestras riquezas materiales y espirituales. Vamos a tenerlos en cuenta en nuestra oración y en la colecta, y que ello nos ayude a ir pasando de la infancia de fe a la adultez.
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