II MARTES DEL T. O. (II)
HOMILÍA (En el Funeral de... Hilario)
Hermanos: acercarnos a la Eucaristía en la muerte de un familiar puede considerarse un deber para con el difunto/a, un acto social o un acto de piedad o de atención para con el familiar difunto/a, o puede constituir también un acto de fe.
Cada vez nos cuesta más confesarnos creyentes; como si esto ya no se llevara, y nos resultan cada vez más incómodos los comportamientos o las acciones que se le emparejan: acudir a la iglesia, rezar, santiguarnos en público, etc., algo que era muy común entre nosotros hasta hace bien poco. Pero hoy... incluso en la propia familia sentimos vergüenza de rezar, de dirigirnos a Dios. Y lo malo es que nos molesta que nos lo recuerden; lo tomamos como afrenta, o como algo que no debería mencionarse porque corresponde a la vida privada e íntima de cada cual.
¿No creéis que, en el fondo, no hemos sabido optar por nuestra fe, hacerla nuestra y tratar de elevarla a la altura de las circunstancias? ¿Es una fe madura la nuestra? Eso que venimos a llamar fe se nos ha quedado pequeño, irreconocible, enquistado..., y nos llega a molestar.
Momentos como el de juntarnos en torno a la memoria de un familiar difunto/a pueden resultarnos provechosos, si es que deseamos ir colocando los trastos de nuestra vida cada cual en el sitio que le corresponde. Recuperemos nuestra fe del cuarto de los trastos acumulados sin orden ni concierto, y sintamos el gozo y la alegría de que nuestra relación con Dios no puede sino ser fuente de paz interior, serenidad, autoestima... que no puede contenerse en el interior de cada cual, y salta a borbotones para poder ser compartida con los más cercanos...
Las lecturas que hemos proclamado pueden ayudarnos a ello. Adentrémonos en ellas.
Nuestro único sacerdote, mediador ante Dios Padre/Madre, es Jesucristo, el Hijo; en él somos amados, escogidos, escuchados... Cada vez que nos juntamos lo hacemos en su nombre, lo recordamos y hacemos presente en el saludo inicial: el Señor esté con vosotros. Unidos a él comenzamos nuestra celebración; festiva, en ocasiones, dolorosa en otras, como la de hoy, y siempre con la confianza de que Dios Padre/Madre nos escucha. Y, prestando nuestro oído a su Palabra nos damos cuenta de que, a lo mejor, no nos responde como nos apetecería a nosotros. ¿Le daremos la espalda entonces, o trataremos de enmendar nuestra actitud?
Ante la mentalidad de quienes por el cumplimiento de la Ley creían hacerse merecedores de la vida eterna, y no comprendían que Jesús y sus discípulos no ayunaran, el reproche de Jesús es claro: sus viejos trajes y sus viejos odres están incapacitados presentarse en la fiesta alegre y gozosa a la que Dios invita.
Eso nos puede estar sucediendo a nosotros: que tenemos una imagen de Dios del que no queremos desprendernos, de quien blasfemamos porque no soportamos su presencia, y nos resistimos a practicar lo que creemos que nos exige, y no entendemos que se pueda disfrutar, gozar y sentirse feliz cuando se está en presencia de Dios, hablando con él, escuchándole, alabándole, manifestándose agradecido/a con él, etc.
Esto es lo que hace Jesús, y lo que quiere para todos. Siguiéndole, podemos aprender a escuchar a Dios, a hablar con él, a ponernos a su disposición y sentir en cada momento el gozo de una vida que no acaba en la oscuridad y el silencio de la muerte, sino en la luminosidad y fiesta de la casa del Padre; y no por los méritos acumulados a lo largo de la vida, sino por pura gracia, donación de su amor.
¡No! No hay que hacer méritos para alcanzar el premio prometido. Hay que abrirse al amor de Dios, que se derrama sobre todos sus hijos; hay que vestirse de traje nuevo y hacerse con odres nuevos, para saber acudir alegres a la fiesta para disfrutar del vino nuevo de la propia donación, y, cuando eso sucede, los hijos/as disfrutan de la experiencia de un Dios Padre/Madre que nos quiere para siempre consigo, y lo dan a conocer. Esa Buena Nueva no se la pueden guardar para sus adentros. Unámonos a todos ellos. Aprovechemos al oportunidad que nos ha brindado el haber acudido a presentarle a nuestro hermano Hilario.
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