2006/10/17

17 de OCTUBRE de 2006

En el funeral de

Hermanos: uno de los deberes que nos imponemos como personas sociales es el de dar sepultura a nuestros difuntos, despedirlos con dignidad y agradecimiento. Es lo que hacemos con nuestras personas queridas. Y, en un entorno cristiano, o "de bautizados", lo hacemos según el rito cristiano: celebrando la muerte y resurrección de Cristo Jesús, que es la esperanza y la certeza de nuestra propia resurrección.

Al concretarlo en una Liturgia nos adentramos en toda la tradición cristiana, y en ella recibimos el ejemplo de vida de los santos (como hoy celebra la Iglesia la memoria de san Ignacio de Antioquía, mártir) y la acogida estimulante de una comunidad que, al despedir a un hermano/a difunto, se apresta a revitalizar su fe desde la Palabra de Dios y el ejemplo de los santos.

La Palabra de Dios proclamada hoy nos invita a alejarnos de la vaciedad de los ritos. No es que haya que negarlos o ignorarlos porque sean vacíos, sino que hay que realizarlos llenos de contenido, porque en ellos expresamos lo que somos, sentimos y compartimos.

No son, pues, lo s ritos los que nos salvan, sino la gratuidad de Dios. San Pablo arremete contra la circuncisión, y Jesús arremete contra las abluciones…, si es que se quedan en eso, en una mera exterioridad que no llega a tocar y cambiar el corazón.

Lo que pretenden nuestros ritos, nuestros sacramentos, es precisamente esto: tocar el corazón, la interioridad de cada uno, para que pueda ser generoso en la acogida que presta a los dones que el Señor Dios nos prodiga cada día.

Podemos agradecer el don de la fe; de una Iglesia que nos acoge; de un ser querido que nos ha dado la vida y brindado su amistad; la Palabra de Dios que nos estimula…, en torno al misterio de Cristo Jesús en quien un día esperamos encontrarnos en la Casa del Padre.

El peligro que corremos en nuestros tiempos es el de vivir demasiado deprisa, demasiado superficialmente, y quedarnos en la mera exterioridad de los ritos, creyendo tranquilizarnos con ellos.

Recordemos lo que nos ha dicho Pablo: el mero rito esclaviza, nos hace deudores de la Ley.

Cuando somos capaces de interiorizar nuestro Bautismo, dejarnos guiar por la Palabra de Dios, confiar plenamente en Jesús, es cuando van expresando esos ritos lo que sentimos de verdad en nuestra vida interna.

Señor y Dios nuestro, que nos has creado
para que disfrutemos eternamente de tu amor:
te agradecemos los días que has concedido
a nuestra hermana… (Aurora),
y que podamos presentártela
celebrando los misterios de tu Hijo Jesucristo.
Haz que no quedemos en los meros ritos externos,
sino que, escuchando tu voz en la vida de la Iglesia,
busquemos confiadamente vivir en tu voluntad
conociendo y amando a tu Hijo Jesús,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
—Amén.