2006/09/06

MIÉRCOLES DE LA 22ª SEMANA DEL AÑO PAR


06/09/06


En el funeral de

1) 1Cor 3, 1-9: tuve que hablaros como a gente inmadura
2) Lc 4, 38-44: También en otras ciudades debo anunciar


Hermanos: Dios nos ha convocado en torno a(l cadáver, a la memoria de) nuestro hermano en la fe N., y nos ha brindado la luz de su Palabra, así como el calor de la familia de fe que es la parroquia, y nos brinda también la mesa de su Pan, que nos fortalecerá para hacer realidad en nuestra vida diaria su reino de liberación. Acerquémonos, pues, a la Palabra salvadora que nos ha brindado en la carta de Pablo a los Corintios y en el evangelio de Lucas.

Ante el cuadro que nos ha presentado el evangelio podemos preguntarnos si están en la misma onda los que buscan a Jesús y Jesús mismo. Salta a la vista que no: la gente busca a Jesús para que les libere de sus enfermedades y de toda manifestación del mal, personificado aquí en la posesión del Demonio. Y Jesús define su tarea no como de taumaturgo (o curandero) sino como la de quien anuncia por doquier el Reinado de Dios. ¿Interesa esto a alguien?

Pablo se ha dirigido a los Corintios con dureza cariñosa. Trata de que tomen conciencia de su inmadurez, por las manifestaciones que hacen, y de que den pasos a la madurez, confesando la iniciativa de Dios, que es a quien se le debe todo. Los que plantan o riegan son mediaciones de que Dios se vale para realizar su obra salvadora.

Entremos nosotros en escena. Confesemos nuestra inmadurez que nos impide descubrir la riqueza de nuestra fe y gozar de los beneficios de saberse en todo momento en manos de Dios, a quien no podemos acercarnos con confianza sino con miedo y casi vergüenza, por causa de nuestra propia inmadurez. Si fuéramos capaces de confesarla ante Jesús, tal vez nos levantaría de nuestra postración, como lo hizo con la suegra de Pedro: ¡y ésta se puso a servirles! Sería hermoso que entendiéramos nuestra vida como un servicio: somos servidores del Reino, y lo hacemos realidad sirviéndonos unos a otros, no unos de otros...

La gente buscaba a Jesús porque curaba, expulsaba demonios... Y nosotros buscamos a Dios solamente, tal vez, cuando las dificultades, la pena, el dolor, la impotencia... y demás manifestaciones del mal (los distintos demonios) nos sobrevienen y no podemos afrontarlas. Jesús tenía presente al Padre, estaba a su servicio. Pablo había encarnado en su vida la trayectoria de vida de Jesús, y se había identificado tanto con ella que no aprecia su trabajo: es Dios el importante, el que salva... ¿Podríamos asumirla nosotros como propia?

No somos hijos proscritos, sino predilectos del Padre. Disfrutemos, pues, de su hogar: de su Palabra, de su Pan, de la misión que nos encomienda, con madurez, con entrega, en una vida de servicio y no de consumo de productos religiosos. Caminemos hacia la madurez de fe que se trasluzca en el gozo de creer, de tratar a Dios con confianza, que hace asumir las dificultades de la vida, la muerte, la ausencia de los seres queridos y demás manifestaciones del mal como limitaciones por encima de las cuales está el Padre/Madre Dios que nos quiere gozando de su amor por toda la eternidad. Abrámosle nuestro corazón:

Padre Dios, que acoges a tus hijos
en tu regazo, para hacerles disfrutar
de tu amor por toda la eternidad;
infúndenos el valor y la energía de tu Espíritu
para que nos haga madurar de nuestras pequeñeces
y podamos pasar de una fe interesada y pobre
a una fe madura, agradecida, que da testimonio
y siembra en su entorno la confianza en ti.
Haznos disfrutar de tu Palabra y de tu Pan
para que seamos anunciadores de tu Hijo, Jesús.