21º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO —B—
21º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIOHOMILÍA
(En el funeral de Lucía Arrieta)
Hermanos: en torno al cadáver de Lucía nos hemos constituido en Asamblea del Pueblo de Dios para celebrar los misterios de Cristo y, en su entorno, presentar al Padre Dios, con respeto y agradecimiento, los días que ella ha vivido, y todos sus trabajos y desvelos. Dios los acogerá juntamente con la ofrenda de su Hijo.
A ese Hijo nos presenta el evangelio de hoy como persona que, por respetuosa y entregada, no se anda con rodeos, ni teme quedarse solo. Llegado un momento, exige decisión. Su lenguaje para quien —digámoslo así— tontea con Dios, es insoportable. El Dios que se nos revela y manifiesta en Jesús, su Hijo, es un Dios que se entrega, que ama, que muere..., que no se anda con chiquitas, ¡vamos!; que lo da todo. Y, en consecuencia, exige correspondencia. ¿Asusta esto?
¿Verdad que este lenguaje nos resulta, como a los judíos del tiempo de Jesús, demasiado duro, crudo incluso? Nosotros tratamos a un Dios transaccional, que siempre lo consideramos en rebajas: siempre buscamos entre lo mínimo que podemos darle para que no se nos enfade o que nos ayude. Y, por ese camino, no acabamos de disfrutar de su amor.
El Pueblo de Israel que se no ha presentado en la primera lectura está puesto en una encrucijada: Josué, para poder seguir adelante, exige determinación, y él se adelanta. No todos pensarán lo mismo; a algunos les parecerá excesivo; y muchas veces fallarán y claudicarán..., pero la decisión es unánime: «serviremos al Señor». Es el reconocimiento de lo que han vivido y a lo que han llegado sirviendo al Señor.
También los primeros cristianos encontraban grandes dificultades en aquella sociedad que ignoraba a la mujer, para poder vivir el respeto y la igualdad entre hombres y mujeres, y su comportamiento, además de incomprendido es perseguido. Por eso Pablo trata de referirlo a las relaciones de Cristo con la Iglesia.
Pues bien. Si nosotros queremos vivir una fe provechosa, unas relaciones con Dios que den sentido y hondura a nuestra vida de entrega y de relación amorosa, acudamos a Jesús; no nos asustemos de tomar una decisión que puede parecer excesivamente exigente y que puede acarrear burlas, sonrisas o incluso persecución. Seamos decididos, como Pedro: «Señor, a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna». Pidámoslo así:
—Jesús: vivimos una vida tan superficial y vana
que apenas llegamos a apreciar el valor de Dios,
de la entrega, del inmolarse por los demás;
haznos ver que el regalo de la vida que Dios nos ha hecho
tiene su plenitud en su amor en la eternidad,
y que ello nos haga respetuosos, entregados y decididos.
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