2006/10/06

6 de octubre de 2006

Viernes de la 26ª semana, año par

En el funeral de...


Hermanos: las circunstancias que envuelvan la muerte de una persona pueden hacer decirnos que todas las muertes no son iguales. Desde luego, en este caso, la muerte nos sobreviene dejándonos consternados.

¿Pediremos cuentas a Dios porque para esto no merece la pena creer y relacionarnos con él? ¿Interpretaremos este hecho como un castigo porque de hecho vivimos una vida prácticamente atea? ¿Achacaremos la muerte a la fatalidad, a la mala suerte, para quedarnos tranquilos pensando que con un funeral y una despedida en toda regla ya hemos hecho lo que hemos podido?

Son preguntas que pueden inquietarnos, incluso molestarnos o herirnos..., pero que pueden quedar iluminadas desde la figura de Job, cuyo libro estamos leyendo estaos días en la Liturgia.

Job representa precisamente al hombre justo y temeroso de Dios, alejado de toda maldad, que recibe todas las bendiciones de Dios. Es lo que se imaginaba cualquiera en aquellos tiempos, y también hoy en día: si eres bueno, Dios te ayuda y protege; si, malo, te castiga. Pero la vida nos dice lo contrario: que, aparentemente, les va mejor, en lo que este mundo valora, a quienes dan la espalda a Dios; y la desgracia se ceba precisamente enquienes se alejan de la maldad, practican la justicia y el bien, etc.

Y Job, caído en desgracia, llega a maldecir el día de su nacimiento y a un Dios, que no tiene en cuenta sus esfuerzos por ser fiel y justo... Para qué le necesita a un Dios que no vela por los que le sirven y parece que se ha pasado al enemigo? Es la pregunta que se hace Job, y la queja que presenta ante Dios, a pesar de que sus amigos y consejeros le instan a que se analice y descubra el pecado o infidelidad que le esté causando tanta desgracia... Job se mantiene firme: ¡soy inocente; no he faltado en nada!

Y, en su rebeldía contra ese Dios, nunca deja de confiar en él; no se aparta de él; continúa su diálogo con él..., hasta que (en la lectura de hoy), Dios le responde con una serie de preguntas en las que descubre su pequeñez: ¿cómo puede pretender darle lecciones a Dios, o entender todos los misterios, si le es inalcanzable? Y la respuesta de Dios le hará confiar más plenamente en él, dejar sus azares en sus manos y abandonarse plenamente a su voluntad. Es entonces cuando ya Job no es sino Job.

Pero hace falta, entrar al diálogo con Dios, como Job, no darle la espalda aunque las cosas vayan mal; confiar plenamente en él y tratar de buscar su voluntad. Pero tal vez estemos nosotros en otra onda: ¿no os parece?

Es lo que puede significar el grito lastimero de Jesús en el evangelio de hoy: ¡ay de ti...!, que lo podría lanzar por cada uno de nosotros; como lo hizo sobre Corozaín, Betsaida, y lamentó la opulencia de Cafarnaún...

¿Seremos capaces nosotros hoy, en torno al cadáver de N., de entrar al diálogo con Dios, y no refugiarnos en el dios que remedia nuestros males, o en los brazos de la Fatalidad?

Podemos agradecer a Dios el regalo de la vida, que nos asegura disfrutar eternamente de su amor; y pedirle que, así como hoy plenifica la vida de N., y un día lo hará con la nuestra, mientras tanto podamos tratarle con plena confianza, aunque más de una vez tengamos que dar algún que otro grito de desesperación.

Padre Dios, que nos amas como auténtica madre,
que nos ves abatidos en tantas circunstancias incomprensibles,
que acoges en silencio el grito desgarrador de tus hijos e hijas
que se rebelan cuando no obtienen respuesta:
míranos, desconsolados y desorientados;
ilumínanos con la luz de tu Palabra,
y haz que confiemos tan plenamente en ti
que ninguna circunstancia dolorosa nos aparte de ti,
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.