2006/11/22

Urtean zeharreko XXXIII. eguastena /2

Miércoles de la XXXIII semana del año par


I. eta I.-ren HILETETAN

En el FUNERAL DE N. y de N.

 

Irakurgaiak

Lectura del libro del Apocalipsis 4, 1-11

Yo, Juan, miré y vi en el cielo una puerta abierta; la voz con timbre de trompeta que oí al principio me estaba diciendo:
- Sube aquí y te mostraré lo que tiene que suceder después. Al momento caí en éxtasis. En el cielo había un trono y uno sentado en el trono.
El que estaba sentado en el trono brillaba como jaspe y granate, y alrededor del trono había un arco iris que brillaba como una esmeralda.
En círculo alrededor del trono había otros veinticuatro tronos, y sentados en ellos veinticuatro ancianos con ropajes blancos y coronas de oro en la cabeza.
Del trono salían relámpagos y retumbar de truenos; ante el trono ardían siete lámparas, los siete espíritus de Dios, y delante se extendía una especie de mar transparente, parecido al cristal.
En el centro, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes cubiertos de ojos por delante y por detrás: el primero se parecía a un león, el segundo a un novillo, el tercero tenía cara de hombre y el cuarto parecía un águila en vuelo.
Los cuatro seres vivientes, cada uno con seis alas, estaban cubiertos de ojos por fuera y por dentro. Día y noche cantan sin pausa:
«Santo, Santo, Santo es el Señor,
soberano de todo;
el que era y es y viene».
Y cada vez que los cuatro seres vivientes gritan gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adorando al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas ante el trono diciendo:

«Digno eres, Señor y Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y la fuerza,
por haber creado el universo:
por tu voluntad fue creado y existe». 

 

Sal 150, 1-2. 3-4. 5-6

R/. Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo.

Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.
Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras;
alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompetas y flautas.

Alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser que alienta
alabe al Señor.

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,11-28

En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro. Dijo, pues:
- Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: - Negociad mientras vuelvo.
Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras de él una embajada para informar: «No queremos que él sea nuestro rey».
Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y dijo: - Señor, tu onza ha producido diez.
Él le contestó: - Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades.
El segundo llegó y dijo: - Tu onza, señor, ha producido cinco.
A ése le dijo también: - Pues toma tú el mando de cinco ciudades.
El otro llegó y dijo: - Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras.
Él le contestó: - Por tu boca te condeno, empleado holgazán.
¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses.
Entonces dijo a los presentes: - Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez.
Le replicaron: - Señor, si ya tiene diez onzas.
Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.
Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia.
Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

 

HOMILIA

     Senideok: hainbat gauza ikusi doguz aldatzen gure bizitzan zehar eta inguru batzuetan (elizan batez ere) lekuz kanpo aurkitzen gara sarritan. Gure arteko hartu-emonak gitxitu eta hotzitu egin dira; bakotxa berera doa; bestearenik ez da kontuan hartu gura, geureaz nahiko daukagula-ta, eta horrela errespetatu egiten doguzela eta gaituela-ta, eta bakotxak aurrera berea atara behar dauala-ta...
     Baina oraindino geratzen jakuz gauza batzuk, gero eta gitxiago badira ere, behartu egiten gaituenak. Hauxe da euretariko bat: hildako gure senideak txeraz edo debozinoz edo ohi dan lez agurtzea eta omentzea. Alkartu egiten gara horretarako; elizara joten dogu, eta gure sinismena bizkortzeko eta alkarregazko hartu-emonak indartzeko aukerea izaten dogu. Ez daigun alperrik galdu aukera hau.
     Lehenengo irakurgaian Joan apostoluak zeruko liturgia irudikatu deusku; haren antzekoa izan daitela —gura dau— hemen egiten doguna. Hau da: Jainkoa autortzea sortzaile lez, aginte guztia daukana lez eta goralpen guztiak jaso behar dauzana lez; honek alkarren senide eta zerbitzari egiten gaitu, eta uste on osoa dogu, egun baten Jainkoa goraltzen dabenen koru artekoak izango garala geu ere.
     Eta Lukas ebanjelariak emon deusku Jesusen bizitzako irakaspen bat: Jerusalenera bidean, bizitzearen amaierara abiatzen dan Jesusek, azken unearen luzapena azaldu deusku jauntxoaren hasagora joateaz; baina gehiago ere esan deusku: zelango ustea (konfiantzea) dauan gugan, hainbesteko dirutzak jarten deuskuzala esku, jokoan jarri daiguzan, esanez. Badira jokoan jarten dabenak; eta, gitxi edo asko, beti irabaziko dabe, eta saria hartuko dabe. Baina, bildurrez, geldi gelditzen direnek gaitzespena baino ez dabe eskuratuko. Eta esanda izten dau Jesusek, Jerusalenerako bideari barriro ekiten deutsola. Geure erantzuna eskatzen dau.
     Bildurretatik eta ez-jakinetatik urten, senideok, eta Jesusen jarrraitzaile zelan izan, eta haren bideari zelan ekin, bilatu daigun, aldiak eta ohiturak eta gurariak ere aldatu jakuzan arren. Izan ziur: holango bizitzak bere saria izango dau zeruetako liturgian.

 

       Hermanos: ¡cuántas veces aireamos «lo que han cambiado los tiempos»! Pero ello ¿nos motiva, o lo espetamos como excusa, perdidos en nuestra comodidad y pasividad, queriendo justificar así nuestra inoperancia?

       Apenas tenemos hoy oportunidades para confrontarnos con la Palabra de Dios. Apenas puede resultarnos dulce, sedante, pacificador..., porque la ignoramos o la desconocemos. Y, en este momento, en las circunstancias que nos envuelven, es lo que precisamente echamos en falta: una palabra dulce, alentadora, esperanzadora, que proporcione paz interior y estimule.

       Aprovechemos, pues, estas circunstancias, aunque llore nuestro interior. Sí que han cambiado las cosas y las relaciones entre los paisanos, pues nos desplazamos más, hemos menguado nuestros encuentros y nuestras relaciones, nos encontramos fuera de nuestro entorno, con costumbres y lengua distintas y que, al mismo tiempo, dificultan la comunicación. Pero compartimos la misma fe, y en ella podemos encontrarnos, y compartir nuestro dolor y nuestra esperanza.

       La primera de las lecturas nos ha abierto a la esperanza final con esa liturgia celestial que nos ha descrito al visión del apóstol Juan; nos ha dado la esperanza de participar un día de esos coros que proclaman la santidad de un Dios que nos quiere hacer partícipes de su santidad.

       Y Lucas, en su evangelio, nos ha mostrado el camino: no rechacemos a Jesús; acerquémonos a él, a quien conoceremos mejor cuanto más le tratemos. Fijémonos en la confianza que deposita en nosotros, pues nos ha confiado una gran riqueza para que la hagamos fructificar. Tengamos esto en cuenta: son dones con los que se debe negociar en cualquier circunstancia, aún en la más adversa, porque sólo pueden fructificar. Si guardamos los dones de Dios por temor a perderlos, porque nos encontramos entre desconocidos o en ambiente inhóspito, entonces lo perdemos todo.

       Compartamos, pues, desde nuestra fe, la cultura, la lengua, el dolor, el gozo de sabernos acompañados por un Dios que nos ama y nos estimula desde su palabra; y la misma mesa, reflejo de la celestial, que potencia nuestros deseos de servirle cada vez con mayor fidelidad a Dios, y que se concreta en un servicio cada vez más fraternal al semejante.